tag:blogger.com,1999:blog-53435015854899940052024-03-18T21:50:02.439-07:00Con los pies en la tintaPepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.comBlogger12125tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-65048063795911147072017-03-14T08:05:00.003-07:002018-01-28T01:22:56.431-08:00ME HE TRASLADADOBúscame en:<br />
<br />
https://conlospiesenlatinta.wordpress.com/author/lillerias/<br />
<br />
<br />
<br />Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-84054967918771580352017-01-04T01:11:00.000-08:002017-01-04T11:02:39.144-08:00EL SCALEXTRIC<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.3cm;">
A
Daniel le pasaba siempre: cuando llegaban las nueve de la noche su
oreja izquierda comenzaba a calentarse a la vez que el sueño se
apoderaba de él. Normalmente era el momento de irse a la cama. Pero
si algún día intentaba aguantar un poco más, entonces la oreja
acababa hirviendo y debía meterla bajo el chorro de agua fría,
notando así una sensación tan extraordinaria como inútil, como si
intentara apagar un incendio con cubitos de hielo. Un incendio
cartilaginoso.
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.3cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.3cm;">
De
entre todas las fiestas que se sucedían en Navidad sin duda su
preferida era la última. De entre todos los juguetes que los Reyes
Magos le pudieran traer, el Scalextric. Y de entre todos los coches
del Scalextric, el Porche 917 gris perla. Aquel bólido parecía una
nave espacial, con los alerones traseros rectangulares, como alas
plegadas a modo de reactores, el parabrisas en forma de uve, y las
ventanas laterales, que más que ventanas eran escotillas, por las
que se verían pasar rayas de luz si aceleraba. Aún estando parado
desprendía velocidad. Pero el Scalextric era demasiado caro, así
que los Reyes nunca se lo dejaban.</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.3cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.3cm;">
La
misma cocina, el mismo número de habitaciones, el mismo salón
partido por la mitad. Eran como dos órganos pares; idénticas,
simétricas, conectadas entre sí a través del patio central. El
abuelo había partido el solar oblongo en dos y había levantado en
él una casa para cada hija. Aquel tipo de estructura facilitaba la
estrategia. La Noche de Reyes, después de atravesar el patio, su
madre cogía los juguetes que guardaban en casa de la tía y salia a
la calle. Abría la puerta de su propia casa, con cuidado de no hacer
ruido, y los disponía todos en el zaguán. Luego pulsaba el timbre y
volvía corriendo, de nuevo por casa de la hermana.
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.3cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.3cm;">
La
Noche de Reyes era una de esas noches en que la oreja izquierda de Daniel quemaba. Meter la oreja debajo el grifo y sonar el timbre todo
era una. Siempre sucedía igual. Así que el ding dong le pillaba
sobre alerta. Arrancaba a correr desde la cocina, atravesaba el salón
y el pasillo salpicando agua, saltaba sobre los juguetes del zaguán
y salía a la calle buscando sorprender a los Reyes Magos. Una vez,
Melquiades, el vecino de enfrente, le dijo que había visto la capa
azul de Baltasar doblando la esquina de arriba, que de haber corrido
solo un poco más los habría alcanzado. Luego Daniel regresaba al
zaguán para hacer el recuento de juguetes. Y tras reponerse de la
ausencia del Scalextric, se le abrían los ojos como platos mientras
rasgaba el envoltorio de papel frente a la sonrisa y la respiración
aún entrecortada de su madre.</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.3cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: 1.3cm;">
Acababa de cumplir 9 años cuando sucedió lo del terremoto. Un
temblor real que salió en los periódicos. Y a la vez una metáfora.
La tierra se agitó apenas unos segundo, los cuadros quedaron
ladeados. A partir de ahí su madre se puso enferma. Su salud se
resquebrajó, como los edificios. Cada día que pasaba estaba un poco
más pálida y delgada. Los ingresos en el hospital se hicieron
cotidianos. Los ojos se le hundieron. Murió un domingo de Agosto.
Ese mismo año, no recuerda bien cómo, ni por quién, descubrió la
verdadera identidad de los Reyes Magos. Una luz impúdica fue
desvelando todos los misterios. La estrategia de su madre para dejar
los juguetes. La trágica vulgaridad de su padre. Los dedos de ella
pulsando el timbre. Su cara sofocada y sonriente. No dejó títere
con cabeza, la luz. Pero no se atrevió a decir nada, sobre todo por
no desilusionar a su padre, que tras la muerte de su madre se había
quedado mustio; como si estuviera donde no le correspondía, o como
si hubiera perdido el paso en un desfile, o como si hubiera llegado
tarde a un cine cerrado hacía siglos.</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.3cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; page-break-before: auto; text-indent: 1.3cm;">
Las Navidades siguientes fueron tristes. Aunque todo el mundo se
esforzó en que no lo parecieran, y se reunieron más miembros de la
familia que otros años, fueron muy tristes. Su padre le aconsejó
que volviera a incluir el Scalextric en la carta de los juguetes.
Compró el roscón más grande que encontró en la pastelería. La
noche de Reyes, a eso de las nueve, la oreja comenzó a calentarse.
Sintió ganas de meterla bajo el agua. Pero estaba tan cansado, que
permaneció frente a la tele, medio adormecido. De pronto escuchó
una voz dirigiéndose a él. La voz dijo: ¡Ahora! En el mismo
instante en que saltó del sofá sonó el timbre. Pero en lugar de
correr hacia el zaguán, salió al patio y corrió por el pasillo de
la casa gemela. En dirección contraria a la de ella. Alcanzó la
calle sin haberla encontrado. Le faltaba el aire. Melquiades fumaba,
con la espalda apoyada en la fachada de enfrente y rostro de
preocupación. ¿La has visto?, le preguntó. Melquiades alzó el
brazo y señaló hacia su propia casa. Daniel se dirigió hacia ella.
Levantó la persiana de golpe. El Porche 917 gris perla ocupaba todo
el zaguán. La puerta del vehículo se abrió hacia arriba mediante
un mecanismo hidráulico. La tapicería olía a cuero. El sonido del
motor era dulce, profundo. Cerró la puerta oprimiendo un botón, se
agarró al volante con ambas manos y pisó el acelerador a fondo.
Rayas de luz atravesaron las escotillas. Rayas y más rayas de luz.
Solo rayas de luz. La oreja izquierda le ardía.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-19609611179825673522016-07-25T11:12:00.000-07:002016-07-25T11:13:45.586-07:00 ¿ACASO NO ERA EXTRAORDINARIO?<div align="CENTER" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.14cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.14cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.14cm;">
Odiaba estudiar probabilidad en el instituto, y no porque fuera una
materia complicada, que lo era, sino porque dicha disciplina aspiraba
a destripar las reglas de la casualidad, a desvelar los misterios de
una magia vital, de una coincidencia imposible, que con frecuencia me
dejaba absorto y con los ojos como platos; igual que la primera vez
que vi a un mago partir a una mujer en dos. Del mismo modo que estaba
bien que ciertos secretos fueran administrados por el gremio de los
ilusionistas, debía estar bien que los matemáticos investiguen las
leyes del azar, que supieran, por ejemplo, que si lanzas seis
millones de veces un dado regular sobre un plano equilibrado, la cara
con el número 3, con toda seguridad saldrá un millón de veces,
incluso, añaden, con un índice de error perfectamente predecible.
Probablemente hasta sería razonable que ese tipo de secretos, o
conocimientos, fueran patrimonio público y se estudiaran en los
institutos, para seguir avanzando, para seguir desvelando
—destripando— los misterios del mundo; pero yo no quería perder
la posibilidad de experimentar un hecho sobrenatural, no quería
superar la sensación de inocencia ante una moneda que unas manos
sacan de detrás de una oreja, y luego otra de la otra oreja, así,
como si nada. Ya me costó aceptar en su momento —no lo vi venir
hasta muy tarde— la identidad de los Magos de Oriente, y me dolió
comprobar que Furia, el caballo que aparecía en los carteles del
circo que acababa de llegar a la ciudad, en realidad no era el de la
serie de televisión, que yo tanto admiraba —aquí sí lo vi venir:
el del circo no tenía una pequeña mancha blanca en el hocico que
Furia sí tenía, ni saltaba la altura que Furia saltaba—, sino un
pobre penco que llevaban en un camión de un pueblo a otro.
</div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.14cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 1.14cm;">
No sé si las cartas son un juego de azar o un estudio de
probabilidades, el caso es que mi abuelo Sento debía ser experto en
alguno de esos dos campos, o en ambos, porque a la hora de jugar
tenía hasta patrocinador. A principios del siglo pasado se
organizaban timbas ilegales en el Café España. Mi abuelo era
jugador habitual en aquellas timbas y don Adrián, el médico del
pueblo, era quien ponía el dinero sobre la mesa para que mi abuelo
lo gestionara con las cartas en la mano. La confianza de don Adrián
en mi abuelo era absoluta, y estaba justificada, ya que a la larga
siempre salían ganando, y cuando las cosas no iban bien, mi abuelo
sabía retirarse a tiempo, tenía la sangre lo suficientemente fría
como para levantarse de la mesa e irse a casa. En alguna de aquellas
partidas ganó la tierra sobre la que muchos años después levanté
la casa en la que vivo. Entre mi mujer y yo elegimos todos los
materiales que conformarían nuestro hogar. Elegimos los suelos, la
madera de las puertas, el tipo de teja, los azulejos de la cocina, de
los baños, y las cenefas cerámicas. Eran techos muy altos y las
cenefas eran muy importantes para partir la monotonía de una pared
de azulejos tan larga. En nuestro baño pusimos una cenefa con
predominio del color azul, con unos dibujos que nos gustaron en su
momento por su aire nostálgico, o bucólico, o no sé.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgv4ZDc00D-97NTs_sCPS093tozHqUMSFKSb0knlck_Kolb1TCiMLyTBawHdp23cgneJjleYiIRqfEv072zQzJL09OO9NtZ_Bo1mCfWSBvTb6R_9bQc9BD_BGwhlP1KRVgSKP8zk41wSUDR/s1600/IMG_9344.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgv4ZDc00D-97NTs_sCPS093tozHqUMSFKSb0knlck_Kolb1TCiMLyTBawHdp23cgneJjleYiIRqfEv072zQzJL09OO9NtZ_Bo1mCfWSBvTb6R_9bQc9BD_BGwhlP1KRVgSKP8zk41wSUDR/s400/IMG_9344.JPG" width="400" /></a></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.84cm;">
Necesitábamos vender el piso en el que vivíamos, antes de poder
irnos a vivir a aquella casa recién construida en el campo, ya que
faltaban los muebles y los últimos detalles, y no nos llegaba el
dinero para mantener dos casas. En el salto de una a otra nos
atropelló la crisis de los 90 y tardamos 3 años más en vender el
piso y trasladarnos. Durante ese tiempo la casa del campo permaneció
cerrada, esperándonos. Una vez conseguimos el dinero de la venta
compramos muebles nuevos, cuadros nuevos; todo lo que hacía falta en
aquella nueva vivienda. Una tarde mi mujer fue a comprar los apliques
de los baños: el escobillero, el dosificador de jabón, los
toalleros, todas esas cosas. En una misma tarde compró los de los
dos baños: con predominios de verde para el baño de los niños y de
azul para el nuestro. Cuando lo trajo a casa vio que el tono de los
colores era bastante acertado, pero no reparó (no reparamos) en nada
más entonces. Unos meses después, sin embargo, descubrimos el truco
de magia que el azar nos había preparado, y en el que no habíamos
reparado hasta ese momento. Se podría decir que fue un truco a fuego
lento.</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgDSNnc3RVlevFMM0YjOk3WCPzd63lafN45TIyklFZPepC_pFClWfr68KlVLJaWtevAi10vNm7DGQWPPkb4gc_L5O4jBknP6398bM8WKoA5bK3z3IWMVa7BnIB9EW40YCs8J_PqyIu1HVCo/s1600/IMG_9352.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgDSNnc3RVlevFMM0YjOk3WCPzd63lafN45TIyklFZPepC_pFClWfr68KlVLJaWtevAi10vNm7DGQWPPkb4gc_L5O4jBknP6398bM8WKoA5bK3z3IWMVa7BnIB9EW40YCs8J_PqyIu1HVCo/s400/IMG_9352.JPG" width="400" /></a></div>
<div align="JUSTIFY" style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.84cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="break-before: auto; margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.75cm;">
Si nos hubiéramos empeñado en buscar unos apliques con el mismo
motivo del baño, seguramente nos habría sido imposible encontrarlo,
pero el caso es que no los buscamos, ni siquiera recordaba mi mujer
(al menos no de manera consciente) que en la cenefa del baño hubiera
un angelito, como tampoco recordaba los leones de cola extraña,
sobre los que se monta el ángel en los aplique, ni la copa sobre la
que aparece en la cenefa, que, como se puede ver en el dosificador de
jabón, lleva el ángel en las manos transformada en cacerola. Solo
tenía en su cabeza una imagen borrosa del tipo y estilo de dibujo.
Desde ese momento supe que ahí había una historia enterrada, que
solo era cuestión de ponerse el traje de arqueólogo e ir quitando
tierra con mucho cuidado, con una brocha si fuera necesario, para no
dañar la potente historia que allí se escondía. De modo que me
metí en Internet y empecé a investigar quién era aquel ángel que
no temía a los leones. Descubrí que se trataba de Cupido. Que según
“El teatro de los dioses de la gentileza”, el león es la fiera
más fiera, y que esta fuerza indómita solo podía ser domada por el
amor, pues para este indomable niño no hay indomable fuerza.
Descubrí que este tipo de grabados se solía utilizar en la pintura
ornamental de grutescos, de origen italiano, donde destacó el pintor
Granello, al que Felpe II contrató para decorar el Real Monasterio
de San Lorenzo del Escorial. De ese modo llegaron a España.
</div>
<br />
<div align="JUSTIFY" style="margin-bottom: 0cm; text-indent: 0.75cm;">
Entonces me detuve. De repente me di cuenta de que estaba jugando a
matemático, que estaba averiguando cuántas veces tenía que tirar
el dado para sacar el número que buscaba, dónde está guardada la
paloma antes de salir de la chistera, descubrí que si seguía
investigando acabaría por averiguar cosas como que Furia no era
Furia, incluso puede que descubriera que los impresionantes saltos
que daba la auténtica Furia, la de la serie, solo eran trucos de
televisión. Así que salí de Internet, miré ambos ángeles una vez
más, y con los ojos como platos me pregunté cómo pudo ser que mi
mujer encontrara aquella tarde aquel mismo ángel que jugaba con los
leones, con la misma copa misteriosa en ambos dibujos, con aquella
copa o vasija que a saber qué elixir misterioso contenía. ¿Acaso
no era extraordinario?</div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-17138359415432549332016-05-23T04:30:00.002-07:002016-05-23T04:43:51.574-07:00AL MISMO TIEMPO<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.0cm;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.0cm;">
<div style="text-align: center;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12.0pt; line-height: 107%;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhVjDVIxnWALwAw25RirZOOwIgMfV4tEPbjdivKr4fh9w_dtyssBg0HQULJLQ7Zr9I0UGZNNdIHVQmZLMvhm4NxVzNzlwyvwmRjo4vItnICG9toJ8_Nz2Vbz9OGzRU1bBe1VOkyYVK3rXm-/s1600/p7349_p_v8_aa.jpg" imageanchor="1"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhVjDVIxnWALwAw25RirZOOwIgMfV4tEPbjdivKr4fh9w_dtyssBg0HQULJLQ7Zr9I0UGZNNdIHVQmZLMvhm4NxVzNzlwyvwmRjo4vItnICG9toJ8_Nz2Vbz9OGzRU1bBe1VOkyYVK3rXm-/s320/p7349_p_v8_aa.jpg" width="213" /></a></span></div>
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12.0pt; line-height: 107%;"><br /></span><span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12.0pt; line-height: 107%;"> Proablemente yo estaba en el colegio, igual
que la mañana en que se rodó<i> La guerra de
las galaxias</i>,<i> </i>o <i>Annie Hall</i>; también debía estar en el
colegio —en el instituto entonces—, escuchando, por ejemplo, como un profesor
explicaba en un tono monótono la fórmula para resolver una ecuación de segundo
grado, o la diferencia entre variaciones, permutaciones y combinaciones. Me
gustaba pensar eso: que en el mismo momento en que yo consumía (no me atrevo a
decir desperdiciaba) el tiempo intentando resolver aquellos problemas, Woody
Allen dirigía e interpretaba una de las películas de su vida: nos desvelaba sus
neuras más desgarradoras con su imprescindible ironía; con todas aquellas
cámaras y luces y operarios del travelling procurando que todo saliera perfecto,
que la toma que estaban rodando, esta vez fuera la buena. Porque las películas
se rodaban en un día cualquiera, vulgar; un martes a las doce, si esa era la
luz que el director buscaba, mientras yo aguantaba las explicaciones de aquel
profesor que repetía lo mismo año tras año frente a unas caras que al final
siempre le parecían las mismas, y se le notaba. Al mismo tiempo, digo, que se respiraba
esa rutina, estaba sucediendo algo extraordinario en otra parte del planeta. Algo
que iba a estremecer a todo el mundo, a perdurar durante años. A menudo solía
pensar en eso. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.0cm;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.0cm;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12.0pt; line-height: 107%;"> Probablemente también estaba en el colegio
cunado el nefrólogo le dijo a mi abuelo que no tenía solución. Imagino que fue
un lunes. Mi tía, con su ropa nueva y oscura, y su cara seria, sentada en la
silla de al lado de su padre, también con la ropa más nueva que tenía, por
supuesto oscura. Ambos frente a una mesa de madera noble, pulida, con un marco
plateado, en un extremo de la mesa, desde el que la mujer y los hijos del
médico sonreían sobre un fondo de mar azul, mientras a mi abuelo lo condenaban
a muerte en aquella consulta de pago, y yo hacía caligrafía, o resolvía una
resta complicada. Debía tener unos siete años entonces.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.0cm;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12.0pt; line-height: 107%;">Sus riñones no funcionan… Se acabó. Mi
abuelo rogando que le salvara la vida, poniéndose de rodillas (por primera y
última vez en su vida) delante de aquel hombre. ¡Sálveme! ¡Sálveme!... a ocho
le quito nueve, quedan nueve, y me llevo una… ¡Le daré todo lo que tengo! ¡Venderé
mis tierras y le daré todo el dinero, pero sálveme! ¡Solo Usted puede salvarme!
…a una le quito la que me llevo y no me queda nada.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.0cm;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.0cm;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12.0pt; line-height: 107%;">Aún faltaban dos años para que el hombre pisara
la Luna. Seis años para que Stephen Hawking descubriera la naturaleza de los
agujeros negros. Cuatro años para que las primeras máquinas de dializar llegaran
a un hospital en Alicante. Los días caían mustios dentro del aula. Mi tía y mi
abuelo salieron de aquella consulta de lujo, en el centro de la ciudad,
desahuciados. Fueron caminando bajo un sol de justicia hasta la parada de
autobús, y volvieron en autobús a casa, sudando. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.0cm;">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify; text-indent: 1.0cm;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12.0pt; line-height: 107%;">Dos meses después, esa otra realidad; la
que sucedía de espaldas al colegio, o en otro plano diferente a la del colegio,
se cruzaba de manera inaudita con la realidad oficial (una de las pocas veces
en que ambas se cruzaron), y mi padre entraba en el aula mientras yo copiaba un
dictado, se acercaba a hablar con el profesor, y luego me decía que debía
volver a casa, que mi abuelo había muerto.<o:p></o:p></span></div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-61752438679942939202016-03-07T10:15:00.000-08:002016-03-07T10:15:39.329-08:00CONFESIONES DE UN FANTASMA<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 54.0pt;">
<span style="background: white; color: #222222;">Llevo varios años vagando por los
pasillos de este Mercadona —cuya arquitectura antes me parecía contra natura y
ahora irrefutable— de la calle <i>Literato Leopoldo
Arenal</i>. Nunca tuve demasiada memoria; tampoco, claro está, para las calles,
pero Leopoldo era, sigue siendo, mi novelista predilecto. No hay una línea
prescindible en toda su literatura, aunque el Nobel lo esquivara, como a tantos
otros por otro lado. Es pensar en su libro “La rivera” y se me eriza la piel… Bueno,
es un decir lo de que se me erice la piel, una frase hecha, una rémora de cuarenta
y ocho años viviendo; hay costumbres que quedan para siempre. Permitidme pues
estas expresiones que en mi actual condición de alma en pena no tendrían
sentido. Por eso precisamente me gustaba tanto este Mercadona, por encontrarse
en la calle de Lepoldo. Sin embargo no era mi intención hablar ahora de
literatura, sino de mí, de mi condición espectral. Si en vida hubiera tenido
las facultades que ahora poseo, seguramente me hubiera dedicado a atravesar las
paredes de los baños para ver a las cajeras fumando en los descansos con la
ropa interior por las rodillas. Sí, seguramente es lo que hubiera hecho, el
sexo lo ocupaba todo entonces. Ahora ya no tiene interés alguno, mi colgajo
tiene tanta utilidad como el reloj que llevo en la muñeca y que no miro nunca
porque el tiempo se ha convertido en una dimensión sin substancia. Los
fantasmas tenemos otras querencias, la ausencia de carne nos cambia las
prioridades. Nos transforma. Las especies siguen adaptándose después de muertas,
aunque al modo de Lamarck, claro; hay tanta plasticidad tras la muerte. Yo he
cambiado mucho desde hace unos años a aquí. Antes, por ejemplo, era un friolero
extremo: en verano nunca me estorbaba una chaqueta y en invierno no había ropa
suficiente que me templara la carne. Ahora es justo al contrario, al poco de
morir comencé a sentir los calores, una especie de menopausia de muerto sin
tratamiento químico alguno. Creí que iba a ahogarme, no sé si a morir otra vez
(es una experiencia muy desagradable la de morir, al menos lo fue en mi caso,
como un parto inverso sin epidural), hasta que descubrí los congeladores del
supermercado. Ahora esas cámaras constituyen mi único hogar. Paso todo el día
ahí dentro, junto a los cuartos de ternera y las caretas de cerdo colgando de
los ganchos, la sangre congelada y los cuerpos de los pollos muertos. Además,
tampoco me gusta la gente, y en las cámaras, aparte de Gregorio (al que yo
llamo Samsa), el encargado de perecederos, con el que tengo una relación
especial, y alguno más que entra de vez en cuando para reponer el género de las
carnicerías, la soledad es absoluta; ni un alma mas que la mía. Ni un alma
humana quiero decir. Casi podría afirmar que soy un fantasma feliz aquí dentro,
y eso, lo sé, juega en contra de mí. Porque ya debería haberme ido, pero no
tengo el valor necesario para emprender el viaje definitivo, y como lo que
tampoco tengo es prisa, pues aquí sigo, reposando sin voluntad en esta gélida y
oscura estancia, a la espera de que se acabe la jornada laboral diaria, que se
apaguen las luces y, entonces sí, vagar un rato fuera de los congeladores, por
los pasillos vacíos del supermercado hasta que el calor me asfixie. Sin
cruzarme con nadie, si acaso, con alguno de los vigilantes nocturnos. Y es que
las aglomeraciones me angustian. Eso no me ocurría antes, es otro de los
cambios de mi nueva condición. Ahora frente la multitud tiemblo, siento
sudoraciones y vahídos y en alguna ocasión hasta me han hecho perder la
consciencia, que no recupero sino de manera espontánea, porque nadie puede
ayudarme ya, no hay médicos ni psicólogos que puedan echarme una mano. El único
Samsa, que a veces me trae los libros que yo le pido para intentar entenderme.
Sobre todo libros de psicopatología. He estado leyendo y creo que lo que padezco
es una agorafobia. Es lo que más se ajusta a mis síntomas, desde luego, con la
salvedad de que hay que reinterpretar dichos síntomas desde mi nueva condición.
En definitiva, y resumiendo, soy un fantasma agorafóbico que he encontrado algo
de paz en las cámaras del frío. En esta hura solitaria a menos dieciocho grados
centígrados del Mercadona de la calle Leopoldo Arenal. <o:p></o:p></span></div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-80206065299859166482015-10-19T04:15:00.003-07:002015-10-26T10:42:33.629-07:00ALGO QUE ME URGE CONTARTE. CRÓNICAS VENTANIANAS<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">ALGO QUE ME URGE CONTARTE</span><br />
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">CRÓNICAS VENTANIANAS</span><br />
<img src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgHhfjI96IW6AgA-tdg5TqQUMcVkBwCTMmI1TrPTAke4CUJWy81Idubxuy4RZXVMdrdtcBL8vorPlLYmS7fqK5YlxctVN1qf0k6NxLyyMKXWtr1IRbwZIxiIaxbMGZpU6JK9c83ujjrQ2o/s400/Algo+que+me+urge+contarte.jpg" /><br />
<div class="separator" style="background-color: white; clear: both; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;"><i>Algo que me urge contarte</i> es un libro de relatos muy especial, de una calidad extraordinaria. En sus páginas encontraréis una selección de 232 relatos de 21 de los autores que participábamos en un programa de radio de la Cadena SER de nombre «La Ventana de Millás»<i>, </i>una sección de<i> La ventana,</i>programa que dirigía entonces Gemma Nierga. </span></div>
<div class="separator" style="background-color: white; clear: both; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="background-color: white; clear: both; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">El libro podéis encontrarlo, tanto en edición digital como en papel, en este <a href="http://www.amazon.es/Algo-que-me-urge-contarte/dp/1517659329/ref=tmm_pap_title_0" style="color: #78cd37; text-decoration: none;">enlace de Amazon</a>. </span></div>
<div class="separator" style="background-color: white; clear: both; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="background-color: white; clear: both; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">Esta es la lista de autores por orden alfabético:</span></div>
<div class="separator" style="background-color: white; clear: both; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="background-color: white; clear: both; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Francisco M. Aguado Blanco, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Delia Aguiar Baixauli, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Beatriz Alonso Aranzábal, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Antonio Anasagasti, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">José Vicente Aracil Lillo, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Rubén Bort Navarro, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Carlos Carrión Guardia, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Israel Cubells Saceda, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Manuel Navarro Seva, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">María de Miguel Gallo, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Jaime de Nepas, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Miguelángel Flores, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Manuel González Seoane, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Josefina H, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">María Teresa Martín Matos, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Rosa Osuna, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Pablo David Pérez Rodrigo, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Raquel Rodríguez Hortelano, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Lola Sanabria García, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Ángela Torrijo Arce, </span></div>
<div style="background-color: white; color: #444444; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13px; line-height: 18.2px; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: xx-small;">Joaquín Valls Arnau. </span></div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-14257999761156063102015-08-02T04:38:00.002-07:002015-08-02T08:17:16.163-07:00GIN-TONIC: EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 27.0pt;">
Por fin
viernes por la noche, la semana ha sido dura, el calor asfixiante, he vuelto de
vacaciones y he tenido que reincorporarme al trabajo, a veces pienso que no
cogería vacaciones con tal de no tener que reincorporarme al trabajo; esa
sensación de ser una pieza más en un mecanismo productivo absurdo. Pero lo
bueno de la semana laboral es que al final siempre llega el viernes, apenas he
podido dormir estos días con tanto calor, e invariablemente he tenido
que levantarme temprano. Encima ha sido la semana en la que he descubierto que
el Times Roman, con un tamaño de fuente número 12 ya no me sirve: a no ser que
me fije mucho apenas veo una procesión de hormigas sin significado en la
pantalla. Solucionarlo no costaría demasiado, tendría que pasar la fuente del
texto al Verdana o subir el Times Roman al 14. No obstante, me niego; necesito tiempo
para digerir mi decrepitud (creo que es justo exigirle a alguien ese tiempo) y
sigo escribiendo capas de hormigas superpuestas que «justifico» para que al
menos se vean elegantes. Pero no todo está perdido: por fin es viernes. Después
de cenar mi mujer se va a nuestra habitación, donde hay una pequeña tele y un
mando con el que hace zapping con tanta energía que acaba mareándose a sí misma
y cayendo dormida, y yo inicio el ritual del gin-tonic. Todo comienza en la
cocina, donde lleno un vaso ancho y alto de hielo hasta arriba que remuevo con
una cucharilla para enfriar el cristal. Luego, de un buen limón, a poder ser
recién cogido del árbol (uno de los pocos lujos que puedo permitirme), corto
una cáscara en espiral, solo la parte amarilla, sin llegar a la carne ácida, que
echo dentro del vaso, y otro trozo, sin forma ya, para frotar el borde y
aromatizarlo. A continuación me traslado
al salón, donde tengo el mueble bar, y añado los botánicos: unas
semillas de cardamomo, o flor de hibisco, o semillas de pimienta rosa o enebro.
Anoche eché cardamomo y enebro, la flor de hibisco acaba volviendo rojo el
gin-tonic, y una de las cosas que más me gusta de él es su cristalina
transparencia. Me serví una buena dosis de ginebra, que deshizo lo ángulos más
agudos de los trozos de hielo, e hizo que se acomodaran entre sí, y llené el
vaso hasta el borde de tónica. No pongo marcas por no hacer publicidad, cada
cual que imagine la que más le guste. Si alguna marca quisiera invitarme a algo
me declarare fanático de ella desde la infancia, no me cuesta nada venderme por
una buena causa. Una vez preparado el cóctel, lo dejé sobre un posa-vasos en la
mesa baja de granito y me tumbé en el sofá con el mando a observar como las
minúsculas burbujas ascendían a través de un cristal, que el frío interior y la
humedad exterior, empañaban de forma maravillosa. Puse un canal cualquiera y
esperé, mirando la tele, a que la mezcla se enfriara. Luego, sin saber como,
debí quedarme dormido, porque cuando desperté eran las dos y media de la
madrugada y en la tele solo quedaban jugadores de póquer. Los hielos del gin-tonic
habían desaparecido, y el cristal, aunque seguía frío, ya no estaba empañado.
Me bebí cuatro o cinco tragos muy rápido, empecé a hacer zapping durante un
rato, y al poco noté que el brebaje, ya en sangre, me subía a la cabeza y me
cerraba los ojos. Me levante, fui dando tumbos, mitad por el sueño mitad por el
alcohol, hasta la habitación, le quité el mando de la mano a mi mujer y apagué
la tele. Luego me tumbé en la cama y me quedé dormido. Debí soñar algo, seguro
que soñé algo, los viernes por la noche tengo permiso para soñar lo que quiera,
pero luego, cuando desperté, ya no me acordaba de nada. Esta mañana he tirado
lo que me sobró del gin-tonic por el fregadero, y el limón y los botánicos a la
basura, luego he fregado el vaso y me he preparado el café con leche. Esta
noche quizá vuelva a intentarlo. Creo que, para que fuera perfecto, debería añadir algo de música, escuchar a través del cristal empañado esa de Stevie Wonder que decía, <i> good morning or evening friends... </i>Igual ahí me duermo y en el sueño vuelvo a ver el Times New Roman del 12 con absoluta claridad, aunque al despertar no lo recuerde. <i>Here`s your friendly annoucer...</i></div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-36900239171372008772013-03-09T08:47:00.003-08:002013-03-11T15:06:53.643-07:00Comprar un cazamariposas<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
Me voy a
Praga. A primeros del mes que viene me voy a Praga, la ciudad de Kafka. Estoy
escribiendo, terminando, un libro de cuentos. Siempre que estoy acabando de
escribir algo largo, temo que me pase algo; que el avión a Praga se estrelle y
mi libro se quede sin acabar. Que Praga me deslumbre de una manera exagerada y
el libro pierda importancia. Lo más probable es que regrese y que continúe con él,
pero yo siempre pienso en que el duro trabajo se quede a medias. Tengo que
decirle a algún(a) amigo(a) que lo acabe por mí si algo de eso ocurre. En
realidad mi libro es una historia coral en la que los personajes de los
diferentes cuentos se relacionan de algún modo entre sí. Este último es la
clave de todos los demás, de hecho el libro se va a titular como éste: “Hojas
crudas”, y sin embargo es el que más se me resiste, como si construyera un gran
puzzle y la última pieza desencajara al resto. En “Hojas crudas” hay una chica
que trabaja como programadora informática. Trabaja desde casa a través de
Internet. La chica no tiene padre, nunca ha tenido padre, lo que de algún modo
afecta a su personalidad. El eje del cuento es un libro que ella debe comprar y
que ya he cambiado de nombre tres veces. Un libro que acaba representando
físicamente a todos los libros, o algo así; la representación física (y carnal)
del amor a la literatura, a la idea. Hace cuatro o cinco días compré la novela
de Paul Auster “EL cuaderno rojo”, una novela autobiográfica que trata del
azar; de la importancia que ha tenido el azar a lo largo de su vida, de las
casualidades que se han presentado ante él. Mientras lo leo sigo escribiendo mi
cuento. Un día pienso que una programadora informática y el amor, casi físico,
hacia un libro, no cuadra bien; así que decido cambiarle la profesión, hacerla
profesora de Historia del Arte. Sin embargo, cuantas más vueltas le doy a la
idea, esta va perdiendo fuerza. Lo que busco es una solitaria excéntrica, por
no decir una loca, y una profesora de Historia del Arte se aleja más de esa
idea que una programadora que trabaja día tras día en soledad. Así que decido
que vuelva a su trabajo original. En ese momento llego a la página 56 de “El
cuaderno rojo de Auster”, y dice: <i>la
mujer había nacido en Praga durante la guerra. Era muy pequeña cuando hicieron
prisionero a su padre, lo enrolaron a la fuerza en el ejército alemán y lo
mandaron al frente ruso. Su madre y ella no volvieron a saber de él…:
desapareció sin dejar rastro...<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
<i>Pasaron los años, la joven creció. Acabó sus
estudios en la universidad y llegó a ser profesora de Historia del Arte.<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
Como la mía (mi protagonista), no tiene padre y es profesora de Historia del Arte (la mía temporalmente).</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
En mi cuento
se habla de una página muy importante, una página que acaba comiéndose el
protagonista masculino, un hombre que no entiende la paternidad, que no supo
ser hijo y no está sabiendo ser padre. Busco en mi cuento y descubro que la
página a la que yo me refiero no es la 56, sino la 68. Como la novela de Paul
Auster es una novela sobre el azar, busco la página 68 de “El cuaderno rojo”.
La página dice: <i>A. no tuvo más hijos. El
primer parto fue en extremo difícil, pero el segundo fue rápido y sin
complicaciones de ningún tipo.<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
Entonces me
doy cuenta de que el azar es una trampa. Si estamos atentos el azar es lo común,
la norma. Con memoria y atención el azar no tiene misterios. Todo se repite
diez veces al día, pero no nos damos cuenta. Solo cuando nos ponemos a cazar
mariposas descubrimos las mariposas, que siempre están ahí, por si las
necesitamos, por si nos aburre un mundo sin mariposas.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
Ahora, la
pregunta clave, la que hace que “El cuaderno rojo” de Paul Auster no sea solo
una trampa, sino que sea algo más, es: ¿Qué nos hizo comprarnos un
cazamariposas?</div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-69692886281887876522013-01-09T03:20:00.001-08:002013-01-11T02:25:08.251-08:00El cargador del móvil<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 27.0pt;">
Hay cuentos
muy pesados, cuentos que un día llegan, se plantan en la puerta de tu casa y
llaman. Tú estás a otras cosas, las cosas de todos los días, y aunque has oído
la llamada inesperada, la desatiendes para que no te distraiga de esas otras
cosas de las que te ocupas ahora. Normalmente el cuento inesperado llama una
vez más, dos si es muy insistente, y se marcha para volver más adelante, cuando
tengas un hueco para él, o no vuelve a llamar nunca; sobre todo si es rencoroso
o le falta consistencia. Pero luego están los otros, los que no se despegan de
la puerta hasta que no les abres. Llaman y los desatiendes, llaman y los
desatiendes, llaman y los desatiendes, llaman y los desatiendes, llaman y los
desatiendes, llaman y le dices: ¡Qué! Pero ni te preguntan; una vez les abres
la puerta entran corriendo, atropellándolo todo, se quitan el abrigo y se ponen
a contar:</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 27.0pt;">
Julián tenía
una amiga que se llamaba Margarita. No importa por qué son amigos, no importa
si son amantes o si se odian, el caso es que un día Julián necesita hablar con Margarita.
La busca en la agenda de su teléfono móvil, va bajando por los nombres
ordenados alfabéticamente, y de repente se encuentra uno que pone: mamá. La
madre de Julián ha muerto hace mes y medio y él aún no ha tenido tiempo de
borrar su número de la agenda. La verdad es que hasta ahora ni siquiera había
pensado en ello. Y ahora que lo piensa decide dejarlo ahí, como un recurso. Absorto,
guarda el teléfono en el bolsillo y Margarita se queda olvidada. Luego Julián
sale de casa, se marcha al trabajo o a donde sea. En su cabeza hay dos cosas
entrelazadas: una sensación de que se le ha olvidado algo, y la palabra mamá que
hay guardada en la agenda de su móvil. A partir de entonces, a veces —cuando la
nostalgia le pincha en la nuca, en un nervio específico que pasa por la nuca de
camino al cerebro, y le desconecta todo el sistema nervioso dedicado a
enfrentarse con el mundo— abre la agenda y busca el número de su madre, le
reconforta saber que está ahí. No tiene ni idea de dónde puede estar guardado
ese teléfono, ni quiere saberlo, le gusta imaginar que sigue llevándolo encima,
que si quisiera podría llamarla. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 27.0pt;">
Un día el
pinchazo en la nuca es especialmente pronunciado. Ese día saca el teléfono,
busca la m en la agenda y marca. Cuando suena el primer tono, antes incluso, ya
sabe todo lo que va a ocurrir: saldrá la voz femenina y enlatada de una mujer de
mediana edad, y con educación le dirá que el número marcado no existe, o que
está desconectado. Porque han pasado ya dos meses desde que su madre murió, y
esté donde esté el dichoso teléfono, necesariamente se habrá quedado sin
batería. Y mientras piensa en todo eso sin darse cuenta de que ya lleva tres
tonos de llamada, alguien, de pronto, descuelga, y una voz de hombre dice: ¿Diga?
Y entonces él, al principio, no entiende nada. Pero
como el hombre insiste: ¿Diga? ¿Diga…? acaba reconociendo a su padre detrás de
aquella voz, que con las prisas no debe haberle dado tiempo a ponerse las gafas y a leer el nombre de quien llama, y solo es capaz de contestarle que lo siente, que se ha
equivocado, y cuelga.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 27.0pt;">
La próxima vez
en que él y su padre se ven, no se dicen nada. Hablan de todo, eso sí: de
política, de economía, de medicamentos, de fútbol, del tiempo, otra vez de
política… De todo menos de teléfonos.</div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-11014487278859500442012-11-24T07:19:00.000-08:002012-11-24T07:31:49.642-08:00Muertos nostálgicos<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 27.0pt;">
De sobra es
sabido que la gente cuando muere no se va de los sitios. Se quedan un tiempo
ahí, como despidiéndose de las cosas, de los muebles (sobre todo de las camas y
los espejos), de los televisores, releyendo la última revista o el último libro
que dejaron abierto. El tiempo de permanencia es cuestión de carácter; hay
algunos que prefieren dar un repaso rápido y a otra cosa. Hay otros, no
obstante, que son, como lo diría, muertos nostálgicos; se quedan merodeando los
lugares de siempre, como esperando algo o a alguien que no acaba de llegar.
Luego, con el tiempo, estos nostálgicos comienzan a hacer viajes. Al principio
son apenas escapadas, ausencias de un día o dos como máximo. Después van
espaciando los regresos; ya no se sientan frente al televisor apagado por las
tardes, ni vuelven a mirar retratos, o a oler el olor del café a diario (es tan
difícil abandonar definitivamente el café), hasta que desaparecen. La tía
Vicenta, por poner un ejemplo cercano, aún no está en esa fase. Qué paradójica
es la muerte: últimamente siempre estaba queriendo irse, se quedó sin hermana,
sin marido, sin su mejor amiga, qué pintaba ya ella aquí, y cuando por fin lo
logra va y se arrepiente. Se ve que no encontró a nadie que la esperara al otro
lado, y es que en el otro lado cada uno va a su bola, lo sé porque me lo ha
dicho ella, los vínculos de los muertos no son los mismos que los de los vivos,
allí se mueven por otras inquietudes, por cosas más simples, aunque no ha
sabido decirme que cosas son esas por las que se mueven, se ve que aún no lo ha
averiguado. Dice que ella como en su casa no está en ninguna parte, que como la
casa se ha quedado cerrada y vacía, no molesta a nadie, y que mientras siga de
ese modo ella se quedará por allí, buscándose en los espejos, sentada en el
sofá, en las camas y en las sillas.
Porque los muertos no vagan, eso es puro invento, la mayor parte del tiempo lo
pasan sentados y recordando, o poniendo cara de que recuerdan. Yo me asomé al
patio común que compartíamos y supe que aún estaba allí. No es que la viera a
ella, lo noté en la casa. Las casas cuando sus moradores se van, cambian y, una
de dos, o se vuelven rancias, o rebrotan, según el caso, pero la de la tía
Vicenta no había cambiado nada, seguía igual que antes. Como decía, no la vi
entonces ni la he visto luego. Ni siquiera la oigo: me habla por telepatía.
Todo lo que me dice es por telepatía, y como siempre hubo una buena sintonía
entre nosotros, pues no nos ha costado nada dominar esa nueva forma de
comunicación. El domingo pasado fui a
ver a mi padre (que es quien vive en la casa del otro lado del patio común, la
casa en la que yo he vivido siempre, hasta que me casé), y mi tía Vicenta me
dijo que si podía salir un momento al patio, fue entonces cuando vi que su casa
seguía sin cambiar de estado, y que mi tía por necesidad tenía que seguir ahí
dentro, que no eran alucinaciones lo que acababa de escuchar dentro de mi
cabeza. Así que me concentré en la ventana de su cocina y al poco conecté con
sus ondas telepáticas sin mayor dificultad, y fue entonces cuando me contó eso
de que mientras la casa esté cerrada ella piensa quedarse por sus pasillos y
habitaciones, sentándose aquí y allá, que le queda por delante demasiado tiempo
para estar de pie. Le dije que lo entendía perfectamente, y noté su caricia
telepática sobre mi pelo recién cortado. ¿Vendrás a verme de vez en cuando?, me
dijo. Claro, dije yo, mientras permanezcas en la casa vendré a verte. Pero eso
no se lo transmití telepáticamente, lo pensé pero no se lo transmití; no quería
ponerla triste con eso de que llega un día en que acaban por irse del todo, de
momento sigue aquí, que es lo que importa, poniendo cara de recordar las
partidas de parchís que ganábamos formando pareja contra mis padres, recordando
los cuentos que me contaba cuando niño, recordando el sabor de los rollos de <i>pan de Calatrava</i> cuya receta ya había
olvidado cuando quisimos heredarla, recordando un novio que le regaló un pájaro
hecho con asta de toro y un ojo brillante. Mi tío, el que acabó (gracias a
Dios) casándose con mi tía después de aquel novio del asta de toro, también
murió hace unos años, pero él ya se fue. Él siempre fue un aventurero, aunque
un aventurero de sillón para el que los viajes físicos solo eran simplezas, y
al poco de morir se fue en busca de nuevas inquietudes, en busca de lugares
nuevos (insisto, que paradójica es la muerte). Mi tía, por el contrario, ha
decidido quedarse una buena temporada en la casa. Mi prima, su única hija,
llamó para decirme que mientras mi padre viva en la casa de enfrente no
alquilará la suya, porque no quiere meter desconocidos en ese patio común al
que sale mi padre a tomar el sol, ya solo, a escuchar música clásica y a poner
cara de que recuerda. Así que en cuanto mi padre muera mi tía se irá definitivamente.
Ahora el destino de uno depende del otro. Quién se lo iba a decir a ellos dos,
que se pasaron la vida discutiendo. Por su puesto mi padre no capta las
conversaciones telepáticas de mi tía, eso es algo exclusivo entre ella y yo. Me
concentro en la ventana cerrada de la cocina, en la mosquitera desgarrada, y la
oigo respirar sentada junto a la pila donde lavaba los platos, ¿quieres que te
cuente un cuento?, me dice al presentirme. Y yo me siento en una de las sillas
del patio y le digo que claro, que puede empezar cuando quiera.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-16538016531867359742012-10-01T13:35:00.001-07:002012-10-01T13:35:21.700-07:00La sangre de los fantasmas<br />
<div class="MsoNormal" style="margin-right: 2.25pt; text-align: justify; text-indent: 36.0pt;">
Corín acaba de separarse. En realidad hace seis meses que se ha
separado pero aún no lo asume. Por eso procura no hablar de ello y si no tiene
más remedio que hacerlo acostumbra a utilizar el gerundio (nos estamos dando un
tiempo), todo lo más el pretérito perfecto (de momento lo hemos dejado), pero
jamás reúne el valor necesario para el pretérito indefinido (lo nuestro
terminó). Él era farmacéutico, sigue siendo farmacéutico, y ella es profesora
de lengua, también sigue siéndolo, aunque a veces llama al director del
instituto donde trabaja diciendo que tiene una jaqueca terrible, o que se ha
resfriado, o que se ha doblado el tobillo, o que tiene diarrea, o que el
lumbago no la deja ponerse derecha, o que ha tenido una subida de tensión, o
que ha despertado con vértigo, o que se ha levantado con los pies cambiados,
como si el derecho fuera el izquierdo y el izquierdo de poliuretano y
tornillos. Porque Corín es coja, le falta la pierna derecha desde la ingle y
camina con una ortopédica y un bastón. En el colegio, el director, amigo de
Corín desde la infancia, la entiende. Los demás compañeros sin embargo han
dejado de entenderla, porque una separación es capaz de acabar con cualquiera,
eso desde luego, pero seis meses son suficientes como para ir pensando en otra
cosa, como para que las heridas viejas se cierren y se vayan abriendo nuevas
perspectivas. Además, el farmacéutico
tampoco valía demasiado. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-right: 2.25pt; text-align: justify; text-indent: 36.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-right: 2.25pt; text-align: justify; text-indent: 36.0pt;">
Al principio Corín se abandonó y adelgazó. Perdió trece o catorce
quilos, quizá más, y se quedó como un bacalao. Si permanecía desnuda delante de
un espejo se le reflejaban todos los huesos y asustaba: los pechos colgando sin
vida sobre el arpa de sus costillas, el estómago hundido en un hueco, la piel
de la cara mate y como verdosa, y el pelo, negro y abombado, le comía todas las
facciones. Solo la pierna derecha permanecía igual, y eso la hacía llorar y
perder aún más peso. Así que fue al médico; no para encontrarse mejor, ella no
quería encontrarse mejor, lo único que quería era que su marido volviera a su
lado y si seguía abandonándose de aquella manera, si seguía perdiendo peso y
descuidando su aliño, su marido no regresaría jamás. El médico, un hombre viejo,
cansado de su profesión y un tanto escéptico, al menos esa fue la impresión que
tuvo Corín al verlo, le recetó una caja de vitaminas, unas ampollas para los
nervios, una sonrisa tan ortopédica como la pierna de su paciente y una mano
fría y blanda antes de despedirse. A pesar de ello al poco de tomar el
tratamiento Corín volvió a engordar; engordó todos los kilos que había perdido
y alguno más, pero no muchos más, y como siempre le había faltado algo de
carne, los nuevos kilos adquiridos no le sentaron mal. Pero para entonces el
farmacéutico ya estaba con otra. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-right: 2.25pt; text-align: justify; text-indent: 36.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-right: 2.25pt; text-align: justify; text-indent: 36.0pt;">
Las clases, cuando iba, eran terribles. Los alumnos hablaban entre
ellos a voz en grito, se tiraban tizas y aviones de papel (de planeo y de
reacción a chorro), se tiraban bolígrafos y gomas de borrar; y ella ignoraba
todas las batallas, todas se quedaban en nada comparada con el infierno interno
que cuidaba con mimo, atizando el rescoldo cada vez que las llamas amenazaban
con extinguirse.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-right: 2.25pt; text-align: justify; text-indent: 36.0pt;">
El profesor de matemáticas entró un día en el aula de Corín gritando
que así él no podía dar clase, que los
gritos de los críos se escuchaba en todo el instituto y que si no sabía digerir
sus problemas pues que abandonara la docencia. La palabra problemas, de sobra
es sabido, suena diferente en los oídos de un profesor de matemáticas frente a
los de uno de lengua. Al primero le estimula, le pone de buen humor, casi le
excita, mientras que lo que produce esa palabra en un filólogo, o incluso en un
filósofo, se parece bastante a la depresión, a la rabia, o en el peor de los
casos a la impotencia. A Corín la palabra le produjo rabia. Y unos segundos
después de escucharla se lanzaba sobre el profesor de matemáticas con sus uñas
larguísimas —porque en todo este proceso de abandono, lo que nunca había dejado
de cuidarse Corín eran las uñas, como un gesto de última esperanza, un mojón
que, llegado el momento, le recordara el camino de regreso— y le dejaba la cara
chorreando sangre: la nariz como un grifo roto, la frente llena de arañazos,
los ojos teñidos de rojo. Luego Corín se marchó a casa. Por su parte, el
profesor de matemáticas, fue al despacho del director a quejarse. Fue al
ambulatorio donde le curaron las heridas y le recetaron un colirio para su
visión borrosa. Fue a los juzgados donde puso una denuncia por agresión. Fue a <st1:personname productid="la Consejer■a" w:st="on">la Consejería</st1:personname> de Educación
donde redactó una queja contra una compañera, una colega deplorable, una
profesora de lengua al borde de la esquizofrenia. Fue a un bar y se pidió un
café solo. Mientras le daba vueltas con la cucharilla vio, en el remolino negro
y turbio, un poco de vergüenza, y un poco de rabia, y un poco de angustia
hundiéndose helicoidalmente hacia el culo de la taza.</div>
<div class="MsoNormal" style="margin-right: 2.25pt; text-align: justify; text-indent: 36.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-right: 2.25pt; text-align: justify; text-indent: 36.0pt;">
El director del instituto se acercó a casa de Corín por la tarde, a eso
de las ocho, después de su jornada laboral y de merendar un té con pastas con
su madre, haciendo como que la escuchaba, asintiendo con la cabeza cada vez que
aquella abría la boca pero pensando él en sus cosas, en los problemas del
trabajo, en su vida llena de agujeros mientras engullía las pastas ablandadas
por el té. Corín le abrió y no le dijo nada, lo miró un instante y se perdió luego
por el pasillo, dando tumbos de una pared a otra, un poco por la pierna y un
poco por el whisky que había bebido y que iba dejando rastros en el aire. El
director cerró la puerta despacio, como si fuera un ladrón que temiera ser
descubierto y fue tras ella. La alcanzó en el salón, derrumbada sobre un sofá
delante del televisor. Corín comenzó a hacer zapping sin preguntar nada, sin
mirarlo siquiera. El director se sentó en el sofá de al lado. Parecían un
matrimonio antiguo; imposible de sorprenderse el uno al otro. Corín se detuvo
frente a una película en blanco y negro, una de gángsters que el director no
recordaba haber visto. Se subió la falda, se soltó unas hebillas y la pierna
cayó al suelo. Hizo un ruido como de carne. El director miró la pierna
ortopédica con naturalidad, con algo de ternura también. Después cayó el mando
al suelo. Y después el cuello de Corín se tronchó y la cabeza quedó horizontal,
el pelo colgando, los ojos cerrados. El director permaneció un buen rato viendo
las extorsiones de los gángsters en una pastelería con las vitrinas llenas de
tartas en blanco y negro, los tiroteos luego, los cristales cayendo sobre el
merengue de las tartas, las explosiones y las persecuciones pobres de medios de
aquella película de los años cincuenta que no había visto antes. Después cogió
el mando del suelo y apagó la tele. Cogió a Corín en volandas y la llevó a la
cama. Tras acostarla estuvo examinando el dormitorio. En un perchero había
colgada una bata blanca, seguro que del farmacéutico. Debía llevar mucho tiempo
allí. Parecía un fantasma acechando, un fantasma sin prisas cuya misión era
velar los sueños de Corín para dejarlos sin sustancia. El director sintió un
escalofrío al verla. Le entraron ganas de ametrallarla, de convertirse de repente
en un gángster y llenarla toda de agujeros, hacerla bailar al son de las balas,
ensangrentarla con una hilera de disparos horizontales y otra de arriba abajo.
Pero la sangre de los fantasmas es invisible y nunca sabes cuando les has acertado, cuando has
terminado por fin con ellos. </div>
<div class="MsoNormal" style="margin-right: 2.25pt; text-align: justify; text-indent: 36.0pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-right: 2.25pt; text-align: justify; text-indent: 36.0pt;">
De regreso al salón recogió la pierna del suelo y la puso sobre el sofá
con mimo. La acarició. La recorrió un poco con la nariz, hasta las bisagras de
la rodilla. Olía a Corín, o quizá era Corín la que olía a ella. Siguió
acariciándola, subiendo la mano por la parte interior del muslo hasta donde se
acababa la pierna. Después se levantó y fue mirando fotos por la casa, retratos
de Corín de joven, de Corin con su familia, de Corín el día de su boda donde
aparecía él, el director de instituto, escondiéndose entre los invitados detrás
de una sonrisa. Estuvo mirando cuadros y figuras de madera que adornaban algunos
de los rincones, figuras étnicas de jirafas e hipopótamos, redondeadas,
brillantes a pesar de la capa de polvo. Estuvo mirando estanterías con libros,
leyendo los títulos de los ejemplares más llamativos sin abrir ninguno, sin
llegar a tocarlos tampoco. En un momento dado apagó las luces y salió de la casa.
Cerró la puerta muy despacio, intentando en vano no hacer ruido, como un ladrón
torpe que nunca sabrá robar nada. </div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-5343501585489994005.post-6464026395875079282012-09-02T08:19:00.002-07:002012-09-03T13:37:10.336-07:00Famosos en la playa<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
Se me está
quemando la espalda, noto cómo el sol me va chamuscando la piel, pero no me
apetece darme la vuelta, no sé si tendría las fuerzas suficientes para ese
esfuerzo sobrehumano. Estoy tumbado boca abajo y tengo la cabeza girada hacia
el lado izquierdo, la mejilla derecha sobre la toalla, una toalla demasiado
pequeña para ser de playa, lo que hace que los pies queden fuera de ella y los
dedos se claven en la arena (los dedos de los pies). Frente a mí descubro a
Elena Pintski, la saltadora de altura. Hace apenas dos días la vi por
televisión en los Juegos Olímpicos de Londres. Es muy alta y el locutor dijo
que había sido madre. Luego, después del parto, había estado entrenando para
las que con toda seguridad serían sus últimas olimpiadas. Debe estar de
vacaciones, nada como la playa y el mar para relajarse después de un momento de
estrés como el que acaba de vivir. Lleva unas gafas de sol que le cubren media
cara. No debe querer que la reconozcan. Es un asco que la gente te vaya pidiendo
autógrafos cuando tú intentas alejarte de tu trabajo. Lo digo porque lo imagino,
claro, porque yo no soy famoso, en realidad hay muy poca gente que me conoce
cuando me quito la bata blanca con la que trabajo en la farmacia. Cuando voy
por la calle con la bata, a comprar algo de fruta, por ejemplo, o a tomar un
café entre receta y receta, todos me saludan; pero en cuanto me quito la bata
ni me ven, o si me ven no saben dónde colocarme, sin bata estoy desubicado, les
sueno de algo pero no saben dónde me han visto. Una vez pasé tres días pensando
dónde había visto la cara de una chica que me saludó a la salida de una
heladería. Luego se me olvidó que no conseguí recordarla. Puede que a Elena
Pintski le pase lo mismo. Quiero decir, puede que haya gente que la vea y, como
hace muy poco que se acabaron las olimpiadas, la reconozcan pero no sepan donde
encajarla. Yo sin embargo la he reconocido nada más verla, sentada en una silla
baja y con los ojos cerrados detrás de esas gafas de sol enormes. El primer
intento sobre uno ochenta fue un salto fácil. Un salto para ir calentando los
músculos, para repasar la técnica del salto. Se concentró unos segundos, se
acercó en una carrera un tanto parabólica y cuando le quedaban pocos metros
para alcanzar el listón, fue inclinando el cuerpo de una manera extraña, artificial
me pareció a mí. Pero al llegar al borde de la colchoneta se hizo el milagro, se
elevó como un pájaro, o un ángel, y su culo pasó un palmo por encima del
listón, por lo menos un palmo, si no más. Uno ochenta debe ser una altura fácil
para Elena Pintski. Y sin embargo son siete centímetros más de lo que yo mido.
Saltar hasta elevar mi culo por encima de mi cabeza me parece algo imposible, un
hecho casi heroico, únicamente al alcance de superhombres, como levantarme de
la toalla en este momento, pero ella lo consiguió. Y sin embargo ahí está,
medio adormilada en su silla baja como si cualquier cosa, intentado pasar
desapercibida. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
Algo más allá,
en la orilla, con los pies dentro del agua, en realidad el agua le llega a las
rodillas, está Tim Hauser, miembro de los Manhattan Transfer. Ese que es medio
calvo pero lleva una coleta larguísima. Está más gordo ahora, y eso que la tele
dicen que engorda. Lo cierto es que hace mucho tiempo que no lo veía, puede
haber engordado en todo ese tiempo. Lo conocí cuando cantaba aquello de
“Cuéntame qué te pasó…” y luego dejé de encontrármelo en la tele. He oído
hablar de él en festivales de jazz, se ve que los Manhattan eran un grupo con
mucho prestigio dentro del jazz, que es como la élite de la música, la crème de
la crème dentro de ese reducto cultural que es el jazz. Y van los Manhattan y entran
en la fama con una canción que dice: <i>que</i>
<i>estaba, allá en la playa, recogiendo, la aguakita,
y vino una avispa y me picó, ¡ay! ¡ay!. </i>La vida es una paradoja (en
lenguaje vulgar: «puta mierda»); para una canción tonta que cantan va el gran
público y se vuelca en ellos. Seguro que los puristas del jazz les dieron la
espalda. A los puristas no les gusta la gente. Cuando hay mucha gente siguiendo
a alguien, abandonan a ese alguien. Los puristas son así, les gustan los ambientes
solitarios. ¿Qué coño será una aguakita? El <i>Ramalá</i>
era mejor, por lo menos la letra no decía tonterías del tipo <i>Pero el gachó tiene la “go” pao, pao</i>. Tim
Hauser no se protege con gafas de sol. Como ha engordado tanto la gente ya no
lo reconoce, además, hace mucho que no sale en la tele. Igual los puristas le
vuelven a abrir las puertas. Elena Pintski, sin embargo, hace cuatro días que
estaba en el tartán, concentrándose en ese listón que marca la barrera entre el
triunfo y el fracaso, el recuerdo y el olvido, imaginándose ingrávida antes de
iniciar la carrera delante de millones de espectadores (contando los de la tele,
claro). Ganar una medalla y retirarse. El final perfecto de su carrera. Animaba
a la gente para que hicieran palmas cuando iba a saltar, hacía palmas mirando a
las gradas del estadio y la gente la seguía, como si todas las palmas juntas
pudieran confeccionarle unas alas. Es raro que no esté su hijo por aquí, ni el
marido. Quizás los dos se han quedado en el apartamento, no es bueno que un
niño se exponga al sol a estas horas, porque después de las olimpiadas, de
tanto tiempo separada de la familia, ella estaría loca por estar con ellos, y
sin embargo no están. Lo dicen los médicos: el sol es muy malo para los niños.
La piel tiene memoria. Se acuerda de cosas que uno ha ido olvidando, como el
olor del a aceite de coco mezclado con el olor a mar de cuando niño, y el del
vinagre que tu madre te ponía empapando en un paño (recortes de sábanas viejas)
para apagar el ardor de la espalda quemada, como ahora debe estar la mía. Se
queda todo grabado en la piel, sobre todo los olores, pero también los castillos de
arena, que en la memoria son perfectos, con torreones y almenas muy bien perfiladas,
y con puertas levadizas que dejan el castillo bien protegido, rodeado de un
foso de agua inexpugnable (¿inexpugnable? Sí, inexpugnable), es lo que tiene la
memoria, una malla ancha para lo malo y otra muy estrecha para lo bueno, y si
no hay nada bueno pues lo inventa, lo acomoda para complacernos, a la memoria
le gusta llevarse bien con nosotros, dejarnos una buena imagen de lo que
fuimos, aunque sea mentira, luego todo eso la piel lo transforma en una mancha,
lo anota todo dentro de manchas dormidas, cada día una, y las deja ahí, como
minas en un campo olvidado. Por eso Elena Pintski no ha traído a su hijo. Pero
ella no ha aguantado y se ha venido a despanzurrarse bajo el sol. Lo pasó muy
mal en las olimpiadas. Cuando según el locutor, tenía una medalla en el
bolsillo, su culo se llevó el listón. Al tercer intento se acercó corriendo con
una curvatura artificial, como siempre, y esta vez no se produjo el milagro. Y
eso que la gente había estado aplaudiendo desde las gradas, con ganas. Pero las
alas no brotaron. Se escuchó un ¡Ooooh! de desilusión. Ahora más que nunca necesita
estar sola, necesita que el sol le deje en la piel un mensaje privado. Algo así
como “Saltaste Elena”, y cuando pasen muchos años y no se acuerde ni de quién
es, la piel le recordará aquel salto en el que, esta vez sí, su culo volará
sobre los dos metros cinco. ¿Qué le dirá la piel a Tim Hauser dentro de treinta
años? ¿“ioa …ioae …ioa …ioae”? Empiezo a oler a carne a la parrilla, debería
darme la vuelta, la espalda se me quema y ya no tengo quién me ponga paños de
vinagre. Debe ser cosa del verano, el calor del verano es terrible, deshace la
realidad, ablanda los cuerpos y las cosas y graba mensajes crípticos en la
piel, mensajes con canciones absurdas y atletas derrotadas a la orilla del mar
oliendo a vinagre y aceite de coco. </div>
Pepe Lillohttp://www.blogger.com/profile/02087116398805636040noreply@blogger.com0