Me voy a
Praga. A primeros del mes que viene me voy a Praga, la ciudad de Kafka. Estoy
escribiendo, terminando, un libro de cuentos. Siempre que estoy acabando de
escribir algo largo, temo que me pase algo; que el avión a Praga se estrelle y
mi libro se quede sin acabar. Que Praga me deslumbre de una manera exagerada y
el libro pierda importancia. Lo más probable es que regrese y que continúe con él,
pero yo siempre pienso en que el duro trabajo se quede a medias. Tengo que
decirle a algún(a) amigo(a) que lo acabe por mí si algo de eso ocurre. En
realidad mi libro es una historia coral en la que los personajes de los
diferentes cuentos se relacionan de algún modo entre sí. Este último es la
clave de todos los demás, de hecho el libro se va a titular como éste: “Hojas
crudas”, y sin embargo es el que más se me resiste, como si construyera un gran
puzzle y la última pieza desencajara al resto. En “Hojas crudas” hay una chica
que trabaja como programadora informática. Trabaja desde casa a través de
Internet. La chica no tiene padre, nunca ha tenido padre, lo que de algún modo
afecta a su personalidad. El eje del cuento es un libro que ella debe comprar y
que ya he cambiado de nombre tres veces. Un libro que acaba representando
físicamente a todos los libros, o algo así; la representación física (y carnal)
del amor a la literatura, a la idea. Hace cuatro o cinco días compré la novela
de Paul Auster “EL cuaderno rojo”, una novela autobiográfica que trata del
azar; de la importancia que ha tenido el azar a lo largo de su vida, de las
casualidades que se han presentado ante él. Mientras lo leo sigo escribiendo mi
cuento. Un día pienso que una programadora informática y el amor, casi físico,
hacia un libro, no cuadra bien; así que decido cambiarle la profesión, hacerla
profesora de Historia del Arte. Sin embargo, cuantas más vueltas le doy a la
idea, esta va perdiendo fuerza. Lo que busco es una solitaria excéntrica, por
no decir una loca, y una profesora de Historia del Arte se aleja más de esa
idea que una programadora que trabaja día tras día en soledad. Así que decido
que vuelva a su trabajo original. En ese momento llego a la página 56 de “El
cuaderno rojo de Auster”, y dice: la
mujer había nacido en Praga durante la guerra. Era muy pequeña cuando hicieron
prisionero a su padre, lo enrolaron a la fuerza en el ejército alemán y lo
mandaron al frente ruso. Su madre y ella no volvieron a saber de él…:
desapareció sin dejar rastro...
Pasaron los años, la joven creció. Acabó sus
estudios en la universidad y llegó a ser profesora de Historia del Arte.
Como la mía (mi protagonista), no tiene padre y es profesora de Historia del Arte (la mía temporalmente).
En mi cuento
se habla de una página muy importante, una página que acaba comiéndose el
protagonista masculino, un hombre que no entiende la paternidad, que no supo
ser hijo y no está sabiendo ser padre. Busco en mi cuento y descubro que la
página a la que yo me refiero no es la 56, sino la 68. Como la novela de Paul
Auster es una novela sobre el azar, busco la página 68 de “El cuaderno rojo”.
La página dice: A. no tuvo más hijos. El
primer parto fue en extremo difícil, pero el segundo fue rápido y sin
complicaciones de ningún tipo.
Entonces me
doy cuenta de que el azar es una trampa. Si estamos atentos el azar es lo común,
la norma. Con memoria y atención el azar no tiene misterios. Todo se repite
diez veces al día, pero no nos damos cuenta. Solo cuando nos ponemos a cazar
mariposas descubrimos las mariposas, que siempre están ahí, por si las
necesitamos, por si nos aburre un mundo sin mariposas.
Ahora, la
pregunta clave, la que hace que “El cuaderno rojo” de Paul Auster no sea solo
una trampa, sino que sea algo más, es: ¿Qué nos hizo comprarnos un
cazamariposas?
A esto hay que darle unas cuantas vueltas... Volveré. Besos.
ResponderEliminarQue yo recuerde, lo tuyo con Auster viene de largo, ¿no?
ResponderEliminarEsto me recuerda a la historia de la conversión de San Agustín, que dejó su futuro en manos de lo que quiso salir al abrir al azar una página de la Biblia. Cada vez estoy más convencida de que creemos lo que queremos creer y, lo peor, leemos lo que queremos leer. Pero la literatura vive de eso (creo yo!)
Besos.
Qué alegría encontrarte, Pepe Lillo. Soy Jomara. No puedo pararme hoy, pero vendré con tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo (muy grande, pa recuperar los perdidos)
Me alegra mucho volver a verte Jomara.
ResponderEliminarSí te apetece compartir tus relatos, pásate por aquí.
ResponderEliminarhttp://280ypunto.blogspot.com.es/
Un saludo. marga.
Acabo de leerte en ENTC y je pasado por tu casa y aquí me quedo me gusta lo que leo.
ResponderEliminarUn abrazo e invitado quedas al mío y quédate por allí si algo te gusta.
http://montesinadas.blogspot.com.es/
Gracias Montesinadas, mi casa es tu casa (la literaria eh, no la física), siempre es un placer recibir buenas visitas.
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