15. EL NUDO DEL ZAPATO
Tenso los cordones que recorren los ojales del zapato; cruzándose por debajo, paralelos en la superficie, de adelante hacia atrás. Una vez tensados, tiro de ambos cabos hacia arriba, y el zapato se abraza con fuerza a mi pie. Luego hago un nudo simple; de los de enroscar los extremos y pasar uno por debajo del otro. Lo aprieto con fuerza y coloco la yema del dedo índice de la mano izquierda sobre el nudo, para que no se afloje.
Con
uno de los dos extremos que cuelgan hago un lazo encima, y con el otro rodeo la
base del lazo y la uña, blanca bajo la presión del hilo, del pulgar derecho.
Saco el pulgar y voy empujando el hilo, a través el hueco que va dejando.
Extraigo un poco de ese hilo que se asoma sin cabos, hasta formar un nuevo
lazo. Separo los lazos con fuerza, tirando en direcciones opuestas. Y los lazos
oprimen el nudo de abajo. Y el nudo de abajo mantiene tensos los cordones que
se cruzan por debajo de los ojales, y que se muestran paralelos sobre el zapato;
apretándolo, abrazándolo contra mi pie.
14. LIBERACIÓN
La botella sobre el velador, deja escapar hilos de
burbujas que ascienden lentos detrás del cristal empañado. Atraviesan la
etiqueta y se desvían, y se entrecruzan conforme se acercan al cuello. Allí
revientan bajo un tapón que va cediendo tan poco a poco, que nadie podría
predecir lo que está apunto de suceder.
Las burbujas se animan, y
empujan, y el corcho se escapa despacio de la boca. De pronto, el sonido de un
disparo, de una explosión hueca, y el corcho vuela; se estrella contra el techo
que mancha y cae sobre la mesa redonda, girando alrededor de dos copas vacías.
Luego tropieza contra el alambre engarzado a una chapa que brilla y que,
durante años, lo ha mantenido aferrado a la botella.
El champán sale blanco por la
boca, con fuerza, hasta calmarse. Resbala sobre el cristal verde y encharca la
mesa de mármol; y sigue extendiéndose, hasta alcanzar las copas, el tapón, el
alambre, y la chapa sobre la que, una pareja detenida se refleja, se ríe, y se
vuelve a besar sin sed.
13. TRADICIONES NAVIDEÑAS
El pavo se levantó triste aquella
mañana de invierno. Era al que mejor alimentaban de todo el gallinero,
últimamente hasta le parecía que lo trataban con más mimo que a nadie, y sin
embargo, un instinto ancestral, le impedía ser feliz.
12. PEQUEÑOS FANTASMAS AGAZAPADOS
El sol entra por las ventanas abiertas hasta arriba;
dibuja haces de polvo en el aire. Paul McCartney cuenta algo acerca de la madre
de una tal Mary, y de sus palabras sabias. Ella sube el volumen de la radio y
sigue pasando el plumero sobre “Los Girasoles”, sobre un paisaje en primavera,
sobre las tapas de piel blanca de la Historia de España. Let it be, let it be, canta,
acercándose el mango del plumero a la boca como si fuera un micrófono. Pero no
llega, demasiado alta para su garganta.
Suena el teléfono. Baja la música. “Diga”. Es él, ha
reservado dos pasajes para Venecia. Es su regalo de cumpleaños. Cuando se ha
ido esta mañana ella estaba durmiendo y le ha dado pena despertarla. La quiere.
Ella también a él. Adiós.
Escribe: Venecia; con la yema del dedo sobre el
polvo de la pantalla negra del televisor, luego hace una raya por debajo. Rocía
una lluvia fina sobre ella y la limpia. Pasa el plumero sobre los
portarretratos. Allí está todo el mundo; las dos familias al completo,
sonriendo. Sus suegros se giran y aparece un marco dorado, pequeño, medio
tapado por los otros. Le quita el polvo y vuelve a enderezar a sus suegros. Se
marcha hacia la cocina; pensando en la
Plaza de San Marcos, en las calles de agua, en las góndolas,
en el viaje de novios que van a revivir... Pero es inútil, ya no puede quitarse
aquel pequeño retrato de la cabeza.
11. A TRAVÉS DE LAS PALABRAS
Cirro, cizaña, clave, clínica, clister...; ¡Mierda!
Para aquel diccionario no existía el clítoris. Luego averiguó que tampoco
existía el pene, por lo menos no era machista; ni masturbación, ni ninguna de
las palabras que realmente interesaban. Abrió las piernas y comenzó a frotarse
con el lomo del libro; esta vez no iba a ser pecado, no podía serlo si nada de
aquello existía.
Alfarería,
alfeizar, alfeñique, alférez; alférez de fragata. Le daba miedo el mar;
demasiado grande, demasiado oscuro, demasiado abierto; ella, que se perdía en
El Corte Inglés. Le aterrorizaba tanta agua junta. Pero nunca nadie la había
tratado como él, nadie la había querido de aquella manera.
Herrumbre,
hervidero, hespéride: Heterocigótico. ¡Dios mío! Como se las iba a arreglar con
dos, y él siempre navegando. Sin embargo estaba tan contenta, igual hasta
venían niño y niña. Santos, santos; necesitaba un calendario con todos los
santos.
Metafísica,
metalúrgico, metamorfosis, metano... Metástasis. Desde pequeña le habían dicho
que la justicia no existía, que la vida no tenía porqué ser justa, que esa
palabra era solo eso: una palabra. Pero aquella tarde pudo comprobar, que
habían palabras que desbordaban dolor por todas y cada una de sus letras.
10. FURTIVOS
Los personajes de esta historia vivían en María
Moliner; más concretamente en el segundo volumen del diccionario que lleva su
nombre. Ella se llamaba Nocturnidad, era una mujer de tez oscura, labios
gruesos y silencios aterradores. Amaba el peligro y la ambigüedad de las formas
y de los pensamientos. Y odiaba al Sol en un lugar que, como bien es sabido,
giraba sin cesar alrededor de la
Tierra hasta alcanzarla y darle muerte; pero ella resucitaba
siempre a la noche siguiente.
Harta de vivir
dos palabras arriba de la
Nochebuena , voz eternamente adornada de luces y de fiesta,
Nocturnidad abandonó la página 515 y partió en busca de aventuras.
Él se llamaba
Tubérculo, vivía en un ático de la página 1403, lo cual resulta paradójico para
alguien criado bajo la tierra; y no tenía absolutamente a nadie de familia. Se
enamoró de ella cuando escuchó que le llamaba Túber y cuando vio que no le
importaban sus formas ambiguas; acostumbrado a que todos sus vecinos utilizaran
la parte escatológica de su nombre para referirse a él, Túber le pareció
elegante y un poco inglés.
Así es que se
fue con ella huyendo del sol, abandonando el ático y perseguidos ambos por el
orden implacable del abecedario. Se dice, pero esto ya es parte de la leyenda, que
se les vio amándose de noche en un campo de girasoles apagados, en el otro tomo
de María Moliner, aunque nadie ha sabido explicar como pudieron saltar de un
tomo al otro. Y que de esa noche, nació una palabra nueva llamada Tubernidad.
9. RABO DE TORO
Huele a
estofado de rabo de toro. Viene de abajo. Ella hace años que no lo prepara.
Sacude un poco los sofás, coloca bien las fundas y los cojines, saca una escoba
y comienza a barrer; desde el fondo de la casa hacia la entrada.
En mitad del pasillo se tropieza con un
montoncito de tierra; las hormigas llevan años empeñadas en instalarse en ese
lugar. Intenta barrerla, pero cuanto mas barre mas tierra sale. La pared se
deshace al contacto con la escoba, se va ablandando poco a poco hasta que se
desploma. Luego cae otra, y otra; la casa se derrumba como un castillo de
naipes y ella se queda atrapada bajo los cascotes, sangrando.
Unas horas
más tarde llega su marido. Se acuesta en el suelo en mitad del pasillo para
estar a su altura, y le pregunta que ha preparado de comer. “Estofado de rabo
de toro”, dice. Y lo ve alejarse hacia la cocina. Poco tiempo después regresa
limpiándose los labios con una servilleta. Se sienta junto a ella y comienza a
acariciarle el pelo. “Vengo a por el postre”, dice. Y ella lo ve tan feliz que
no se atreve a contrariarlo. Abre las piernas, lo abraza, y empieza a respirar
sonoramente.
8. RUTINAS Y RELATOS
Coge el cuchillo de sierra y parte el cilindro por
detrás de la primera galleta. Luego saca tres de ellas y las moja en la leche.
Ve los culos de tres vasos dibujados sobre la mesa; uno es de café, los otros
dos de Colacao, ya están secos. El fregadero rebosa ollas, platos y vasos
sucios.
Engulle las galletas, da un trago de leche y coge
otras tres. Al sacarlas ve la cinta roja abre-fácil dibujando un círculo
perfecto. ¿Les obligarán a ponerla? Hecha una mirada general a los armarios;
un día de la semana que viene va a meterse a fondo con la cocina. Hoy le tocan
las ventanas del salón y los baños. Y además tiene que poner dos lavadoras, y
bajar al súper; la nevera está casi
vacía. Una de las galletas se parte y se queda flotando a la deriva en un mar
marrón, hundiéndose poco a poco.
Se la bebe de
un golpe. Se levanta y sale de la cocina a toda velocidad. Conecta el ordenador
y sigue dándole vueltas a una idea mientras se cargan los programas. Luego
escribe: “Coge el cuchillo de sierra y parte el cilindro por detrás de la
primera galleta”.
Mi padre trabajaba de doble en las películas del
Oeste de los años setenta. Daba puñetazos de mentira y moría todos los días
bajo una lluvia de balas, también de mentira. El trabajo era tan intenso, que
yo acabé naciendo en la única calle de aquel pueblo de cartón piedra inventado
en medio del desierto almeriense. Vivíamos en la parte de arriba del salón del
hotel, donde mujeres con poca ropa, bebían whisky entre las notas de un piano y
se sentaban sobre las piernas de los vaqueros muertos de sed. Aquel era el
único edificio de verdad.
Por las tardes, un maestro amigo de mi padre, con
vocación de artista, nos daba clase a
mis hermanas y a mi, y nos enseñaba en que lugares nacían los ríos, cuanto era
ocho por nueve y como disparaba John Wayne. Pero comenzaron a venir menos
películas a mi calle; y un día ya no vino ninguna. Así es que acabamos
trasladándonos a un pueblo enteramente de verdad, con calles de verdad y vecinos de verdad.
Y mi padre se buscó un trabajo más estable y más cómodo para unos huesos que ya
comenzaban a estar doloridos. Creo que fue a partir de entonces, cuando él
empezó a recibir golpes de verdad, y yo comencé a vivir esta nueva vida de
mentira.
6. LA CULPA
Si tengo la culpa de todo, que la tengo; no tengo la culpa de nada.
5. BRILLOS Y DESGASTES
|
Enciendo el ordenador. Me pongo frente a la pantalla y entonces
veo a mi nueva vecina reflejada en ella. Está al otro lado de la ventana,
mirándome. Me doy la vuelta y desaparece tras las cortinas. Hay una arañita
minúscula en la pared, ¿como puede subir hasta un octavo un insecto tan
pequeño? Estiro el pulgar y la aplasto; ahora es una raya negra. Meto el
índice en mi boca, lo humedezco y limpio los restos. Busco su reflejo en la
pantalla, sé que volverá a aparecer; siempre lo hace. Un día me giraré y no se
irá. ¡Que sucia está! Saco un pañuelo del bolsillo y me pongo a limpiarle el
polvo, las huellas, los restregones... Luego sigo con el marco del hórreo;
hace quince años que está colgado ahí. Lo compramos en aquel viaje por
Galicia, tras la boda. "Ha pasado demasiado tiempo", me digo,
"ya no somos los mismos". Levanto un poco el cuadro de la pared, y
tras él aparece un rectángulo más claro; ese debía ser el tono del cuarto
cuando nos casamos. Ahí esta de nuevo. Apago el ordenador y sorprendentemente
su reflejo sigue ahí. Voy a girarme...; un, dos, ¡tres!
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4. UN DESNUDO PERFECTO
Se fue aflojando el nudo de la corbata hasta deshacerlo. Tiró con suavidad de ella y la colgó junto a las otras de rayas oblicuas. Se desabrochó con calma los botones de la camisa. Tras quitársela la plegó con sumo cuidado y la dejó sobre la cómoda, procurando que sus lados quedaran paralelos a los del mueble. Se quitó los zapatos y colocó cada uno de ellos en una loseta con precisión para que las suelas no tocaran las juntas. Se bajó los pantalones, los dobló con delicadeza para no estropearles las rayas y los colgó en una percha. Puso las llaves del armario y del escritorio en un perfecto horizontal, bajó casi totalmente las persianas, dejando una sola rendija para que el sol le diera en los ojos a las siete y veinte de la mañana. Se acostó en el centro de la cama y se descerrajó un tiro en la sien.
3. LA CARICIA
La despertó una mano recorriendo su espalda. Se dejó acariciar. Sintió
un escalofrío cuando recordó que hacía tres días que había vuelto a vivir sola.
2. AQUELLA NOCHE
Por fin, aquella noche, comenzó una nueva vida. Pero no lo sabría hasta veinte años después.
1. LA TIENDA DE LOS INSOMNES
Sabía que no era normal, pero lo cierto es que el orgasmo siempre le había quitado el sueño. Su marido dormía plácidamente junto a ella desde hacía más de una hora y los primeros ronquidos le hicieron comprender que ya no se dormiría. Se levantó con cuidado para no despertarlo, se puso el batín y se fue al salón en busca de un cigarrillo. Su madre no debería tratarla como una niña...; ¿qué debía hacer para que comprendiera que ya había crecido...? El no ver el chorro de humo saliendo por entre sus labios le impedían disfrutar del tabaco, así que cogió el mando y encendió la tele para saborearlo mejor.
Tras una mesa, un cocinero con un extraño artilugio envasaba al vació todos los alimentos que caían entre sus manos. “Te gastas el dinero en tonterías hija, ¿dónde vas a meter ese banco de abdominales...” ¡Mierda!, pero que se ha creído mi madre... Luego fue haciendo zapping, buscando algo que cambiara su vida. Las paredes se encendían y se apagaban al compás de su dedo. Desconectó el televisor y regresó a la cama, su marido seguía roncando... Mañana enviaría una carta solicitando el envasador de alimentos al vacío.
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